Nuestra vida, a veces, es como una sencilla partida de ajedrez. Y, cuando perdemos una torre, un caballo o un simple peón, nos parece que esa pieza era tan necesaria como perfecta. Esto sucede porque, a pesar de sus defectos, ocupaba un lugar en nuestro corazón.
El rey del tablero se mueve, lentamente, y yo camino a su paso intentando esquivar la derrota.