Todo un nuevo universo aflora con el nacimiento de un niño, pero también el miedo, la angustia y la incertidumbre. De modo similar a como hizo en De qué nos enamoramos, libro que se alzó con el premio del diario Jutarnji List a la mejor obra en prosa de 2005, Roman Simić vuelve a urdir esta colección de relatos mediante una cuestión, un hilo que halla su comienzo y su final en la paternidad.
Un muchacho que escribe en un zoo una carta de amor que jamás enviará, un hombre que visita en un manicomio al marido de su amante, una joven que espera que el padre de su hijo no nacido no huya, una madre que evoca unas vacaciones estivales familiares diez años atrás, el verano que dio comienzo la guerra... Los protagonistas de estos relatos miden el mundo con pasos de niños, madres y padres, con sus desacuerdos y amores, cosas que conocemos perfectamente bien. Una vez más, el centro de los intereses del autor es el ser humano, pero si en el título precedente se trataba de dos enamorados, ahora lo son tres, pues cuando un niño llega al mundo, éste cambia.
«Roman Simić escribe desde el dolor de cada día, o de cada minuto. Desde el pasado que vive incrustado en el presente aunque tratemos de arrancarlo como una muela podrida. Desde las pequeñas historias individuales que encarnan la gran historia de una Croacia desangrada.»
Santiago Roncagliolo
«Con poesía, dolor y humor, estos relatos proponen una exploración de los ángulos más incómodos de la memoria colectiva, mostrando cómo la escritura puede abrirnos los ojos con la mayor elegancia y sin necesidad de panfletos. Las perplejidades del desarraigo, los vínculos rotos o los recuerdos en común son los materiales de los que están hechos sus personajes. Una cartografía político-sentimental de los Balcanes y una emocionante reflexión sobre qué hacer con los pedazos de una región rota. Un libro no tanto sobre la violencia misma (de eso ya nos saturan las pantallas) como sobre el sutil rastro que deja la violencia del pasado en el decurso del presente. Ecos que Roman Simić convierte en una música dañada y audazmente risueña.»
Andrés Neuman