Alguien que ve llover desde el piso cuarenta de un edificio de oficinas en Tokio, enfermeras con el rostro de la musa de Homero, países habitados por payasos tristes; traficantes, tarotistas, meteorólogos, paisajes de lagos y de torres con mimos de fondo con ganas de orinar; gente que conduce sus automóviles por pueblos fantasma: todo ello desfila por este libro gravitando entre la afasia y el monólogo interminable, entre el diálogo con fantasmas y las visiones con un ritmo de fiebre y de delirio. Con la urgencia de la búsqueda de una realidad que también comprenda la urgencia de la imaginación.
De su libro de relatos Los monos insomnes, la crítica ha dicho:
«Literatura como recién inventada, proveniente de un país indefinido y fascinante», Pedro Pujante.
«Tiene algo, una mirada lateral, un ritmo, unos recovecos enigmáticos, una forma de evitar las tentaciones, que me recuerda a Felisberto Hernández, a César Aira o incluso a Clarice Lispector. Debería estar en todas las antologías que se hagan a partir de ahora», Miguel Serrano Larraz.
«Pocos autores tan indicados para llevarle a uno a lugares que no imaginaba que existieran y que agradece que hayan sido inventados», Vicente Luis Mora.