Casi un centenar de películas en poco más de dos décadas. Una filmografía variada donde caben todos los géneros y maneras de pervertirlos, en la que se encuentran –de las formas más insólitas y extrañas– clasicismo y modernidad. Una tendencia natural a forzar la maquinaria en todas las direcciones, a tantear los límites y saltárselos. Y una huida desesperada de la etiqueta de autor pese a ser uno de los cineastas contemporáneos con una personalidad más rotunda, capaz de imprimir su sello a propuestas muy distintas, escritas por otros y a menudo realizadas por encargo. Ya sólo por estas variables, escribir un libro sobre el cineasta japonés Takashi Miike, responsable de “Audition” (1999), película clave del cine moderno, y uno de los directores asiáticos de mayor proyección internacional, era un reto tan complicado como fascinante.
Conscientes de la dificultad de encerrar en un libro a un autor extraordinariamente prolífico, libre (también libertino), contrario al etiquetaje y con una capacidad de sorprender y descolocar fuera de lo común, los autores de “Takashi Miike: La provocación que llegó de Oriente” lanzan desde un ángulo decididamente personal sus impresiones sobre un cineasta imposible de apresar y descifrar por completo (ahí precisamente reside su fuerza e interés).
La variedad de una obra en la que prima el cine de yakuzas (“Fudoh: The New Generation”, “Ichi the Killer” o la falsa trilogía abierta con “Dead or Alive”) pero caben todos los géneros habidos y por haber (terror, cine clásico de samuráis, ciencia-ficción, western, películas infantiles…), su tendencia a la hibridación en su sentido más amplio y, sobre todo, su condición de provocador insaciable, capaz de noquear al espectador con un tratamiento inaudito de elementos como la violencia, el humor y lo extraño, son algunos de los temas que conforman este perfil de Miike. Uno de los muchos perfiles posibles de un autor con mil rostros y otros tantos a punto de aparecer.