Ernesto Falomir poseía un don inusual, el de saber cuándo las cosas empezaban a torcerse. No es que eso le convirtiera en un policía excepcional, pero sí en alguien precavido, que había sabido sortear el peligro una y otra vez durante su dilatada carrera. Eso y la experiencia adquirida con los años, le habían convertido en una especie de comadreja humana acostumbrada a esconderse, en un mero espectador de las desgracias de los demás, a resguardo de las inclemencias de la vida.
Por eso sabía que aquella noche era distinta de las demás. Se cumplían treinta años exactos desde la fatídica tarde que cambió su vida por completo, y la llamada que acababa de recibir, la de un hombre convencido de que iban a matarle, no presagiaba nada bueno.
Porque cuando tienes un don para saber que las cosas no van a salir bien, es fácil adivinar cuándo se acerca la muerte a tu casa.