¿Es posible estar sujeto a tierra firme y perseguir, a la vez, anhelos que se disparan en vertical hacia arriba, y parecen inalcanzables? Esta pregunta sobrevuela la trama de Todo forma parte del plan, a través de la mirada de su protagonista, un músico cuya capacidad creadora lo mismo le lleva a elevarse y tocar el cielo que a caer en una oscuridad existencial, donde la inspiración, en su versión más dolorosa, también habita. Traspasada la frontera crucial de los cuarenta, desde el quicio donde se abren las puertas de algunas seguridades entre tantas dudas, el personaje fundamental de la novela tiene algo de Ulises a vuelta de casi todo, necesitado de reencontrarse consigo mismo y de reconocer lugares propios en los que descansar y que constituyen la brújula mejor de estas páginas. En ellas hay cabida para el amor, la amistad o las relaciones familiares, pero también para el sentimiento de pertenencia a un espacio transformado en norte magnético. Con una aguja temblorosa, que el lector hace suya desde el principio, el creador que aquí toma la voz narrativa buscará la mejor manera de reconocerse y poner letra y melodía a su vida. Una letra y melodía parecidas a las que todos buscamos.