españolBreve relato premiado y seleccionado para formar parte de la TERCERA ANTOLOGÍA DE CUENTOS DE PÓRTICO ENCUENTRO DE CIENCIA FICCIÓN
No creo que exista mucha diferencia entre la clase política de mi país (España) y la de cualquier otra región del mundo. No creo que me equivoque mucho al suponer que, como yo, el resto de ciudadanos del primer mundo tienen poca o ninguna fe en que sus representantes políticos solucionen los problemas reales de su día a día. Y es que, periódico tras periódico, noticiero tras noticiero inundados de corrupción, partidismos, engaños e hipocresía han convertido la palabra democracia en un eufemismo de oligarquía.
Como ya anunció Hermes Trismegisto hace miles de años: tal como es arriba, es abajo. Y es que, por mucho coche oficial y alfombra roja, nuestros políticos son humanos y en consecuencia maldecidos con las mismas debilidades y carencias que todo el mundo (en algunos casos, más). La misma esencia que se destila de nuestro inquilino incívico que no paga el recibo de la comunidad y no respeta el descanso de sus vecinos, resulta la clave de los escándalos y oscuras decisiones tomadas tras las puertas de un despacho presidencial. Y, además, tienen la misma solución: honestidad y principios.
¿No están hartos de comprobar, una y otra vez, que aquel político que en campaña se las daba de santo y con la superioridad moral suficiente para tomar las decisiones por el bien de todo el país, al final no era más que un vecino egoísta y sin escrúpulos que solo buscaba el beneficio personal? Fruto de esa indignación y, a la vez, certeza de que la débil naturaleza humana es el origen de los males de este mundo, imaginé una sociedad en la que la mentira y el engaño no existieran. Una en que se pudiera conocer de primera mano la verdadera naturaleza de las personas, su honestidad y principios, para poder entregar las llaves del futuro de nuestra sociedad a aquellos (pocos) que realmente lo merecieran.