Durante decenas de milenios la civilización humana ha prescindido del copyright, del mismo modo que ha prescindido de otros falsos axiomas parecidos, como la «centralidad del mercado» o el «crecimiento ilimitado».
Si hubiera existido la propiedad intelectual, la humanidad no habría conocido la epopeya de Gilgamesh, el Mahabhárata y el Ramayana; la Ilíada y la Odisea; el Popol Vuh, la Biblia y el Corán; las leyendas del Grial y del ciclo artúrico; el Orlando Enamorado y el Orlando Furioso, así como Gargantúa y Pantagruel, todos ellos felices productos de un amplio proceso de conmixtión y combinación, rescritura y transformación, es decir: de «plagio», unido a una libre difusión y a exhibiciones en directo.