A partir del momento en que Jesucrito empieza a ser un poco conocido y los ecos de sus acciones llegan a Roma, comienza a ser considerado como una pieza más en el juego estratégico del Imperio Romano en Judea. Frente a la imposibilidad de llegar a cuerdos o pactos con las sectas más violentas, surge la idea de que un mesías pacífico puede ser empleado en provecho de los intereses romanos. Para seguirle los pasos, se decide enviar a un hispano, Lucio Valerio Anduco, tras su pista para intentar sacar el máximo partido. Sin saberlo, Jesús se convierte en una pieza más del enmarañado juego político, aunque su destino final será inesperado y no satisfará los deseos de Roma.