Dos letradictos que se chutan citas literarias en un polígono industrial de Ciudad Capital. Unas galletitas de la suerte que dicen siempre la verdad. Un anciano que esconde un aterrador secreto. Un archimandrita ortodoxo con una misión que no está dispuesto a abandonar.
Éstas son sólo cuatro de las historias que se entrecruzan en La tienda del Señor Li, una surrealista road movie urbanita que mezcla humor y locura a partes iguales.
Pero, por encima de todo eso, La tienda del Señor Li es un homenaje a la palabra escrita. Una historia que habla de cómo la palabra correcta puede cambiarnos la vida, y de cómo la palabra equivocada también puede hacerlo.
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¡Que alguien llame a emergencias!
Que los ancianos han huido del asilo para liarla parda y no hay quien los pare.
¡Que alguien llame a una ambulancia!
Que si estáis comiendo en un restaurante chino, nunca, bajo ningún concepto, pidáis las «Gambas a la Shan».
¡Que alguien llame al FBI! ¡O mejor a la DEA!
Que si los lectores se han convertido en yonkis, entonces los señores de El Transbordador son los camellos; y Don Abel, el artífice de este relato, es el químico loco que te dejará alucinado y con la risa floja.
Esta mierda es buena, hermano.
— Sergi Álvarez —
Autor de Nunca digas vodka, nunca jamás