«Las milicias de la noche derribaban edificios y soles... La noche es lo peor porque no alcanzo a ver la altura del agua que nos rodea y por el silencio. El silencio que se corta con algún grito de terror...»
Morales asiste al comienzo de la inundación, ajeno por lo pronto a la gravedad que va tomando la catástrofe hasta que la tragedia golpea a su puerta. Una inundación devasta la gran ciudad -no se sabe si al resto del mundo-. El diluvio tiene causas imprecisas. Es tan grave que en horas la gente debe acudir a techos, a refugios o aferrarse a cualquier elemento que le sirva para mantenerse a flote. Sin embargo, no es esto lo más calamitoso. El instinto de supervivencia ha depravado a los individuos, las personas se vuelven agresivas y hasta homicidas. Parece, en definitiva, el Apocalipsis. Los humanos, ante la contingencia, actúan como «animales». Sólo que la transformación de las víctimas llega a un extremo. Es decir, el cambio afecta cuerpos y conciencias. Son, finalmente, criaturas distintas, que plantean un dilema moral a los protagonistas. Sus metas son elementales: habitar en un lugar seco, conseguir alimentos; pero sobre todo librarse de las nuevas bestias en que han degenerado muchos humanos. Aquí la sociedad entera es la víctima y a la vez el criminal.
La novela recuerda a "Soy Leyenda" de Richard Matheson, la cual no es de terror ni de suspenso; sino de una calamidad vívida y final. La definiría con una cita de Herbert G. Wells en La guerra de los Mundos: «La farsa fue representada. Estamos vencidos».