Descarnación en directo por piezas y partes.
Ya de entrada la protagonista produce una gran empatía y me resulta fácil asociarme con sus pensamientos, lo que hace fluir el texto ágil. Más por su inseguridad que con esa falsa sumisión y dependenc...
Ya de entrada la protagonista produce una gran empatía y me resulta fácil asociarme con sus pensamientos, lo que hace fluir el texto ágil. Más por su inseguridad que con esa falsa sumisión y dependencia de un personaje que casi nace y crece delante del lector. Con una tensión subyacente en los detalles que provocan pensar en algo terrible cerniéndose sobre la trama.
Pero volviendo a lo importante, sumergidos en las vivencias de una adolescente tímida y apocada (con motivos para ello), seguimos esperando que el disfraz de vida desaparezca, existencia falsa y lineal. Esa muchacha que piensa tanto, que vive anticipado cada posibilidad y alternativa de futuro, que siempre encuentra algo por lo que culparse (inducido por la dominación materna que la convierte en poco y menos). Hasta los arrebatos de furia y sangre, cuando se descarna.
Y continua su silencio apenas quebrado por explosiones provocadas incrementando su duda, ya que la locura acecha al no ver en su cuerpo lo mismo que ven otros, que lo minifican.
Mientras contiene sus sentimientos, enormes y profundos, hasta que no pueda más.
Se aviene. Tiene, debe empezar a conocerse y reconocerse. Porque su mundo es su amiga y no es capaz de compartir su interior con ella. ¿Y los otros mundos? ¿Y las otras vidas?
El caer de los días ahonda en esa soledad intrínseca, inevitable para quien no sabe cómo escapar de ella; cómo usarla y disfrutarla. Cambiando la perspectiva a medida que avanzan, viendo desde los ojos de otros y no solo desde los de Teresa. Quién no la haya padecido tal desolación individual costará de comprensión. La fuerza de lo que no dices, las palabras que muerdes, la revelación que asoma. Todo, todo, de un visual escalofriante. Que se traslada a la propia piel.
Define la autora personalidades y voces para cada personaje. Maneja el ritmo y tono adecuado. Sumerge con la traviesa trampa mental, incluso haciendo imaginar: ¿y si su amiga Eva no es real? Juega con nosotros.
Así de sufriente y adictiva avanza, y no desvelaré ese capítulo final donde el universo da la vuelta y se convierte en terrible. Que devorará por sorpresa.
Añado, porque lo veo necesario, que estas historias interiores sufren de claustrofobia, y eligen obviar el entorno, centrándose en la atmósfera propia del personaje protagonista. Siempre apetece que ese cosmos literario sea más amplio, que abarque más terreno y población, más reacciones. Pero es una elección, y aquí la magia se crea por intimismo.
Contundente me ha parecido la novela. Son tantos los complejos de la protagonista como la carencia de los mismos por parte de la escritora para narrar una historia desgarradora en más de un sentido. Obra dura, trascendiendo y mezclando géneros, tirando del hilo del realismo que no se cuenta porque duele.
Ya había disfrutado de su obra precedente, «Mamá, el cerdo me mira mal», que tiene reminiscencias y paralelismos con esta otra, y ahora me suscribo convencido a su literatura.
¡Poneos a leer!
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