Los primeros años de la década de los sesenta fueron un período gris, sobre todo vistos desde la perspectiva de un niño que crecía en el barrio de barracas barcelonés de Can Valero Petit (cuyas trazas se borraron, como un mal recuerdo, de la falda de la montaña de Montjuïc). En la mirada, vuelta hacia atrás, se mezclan realidad y ficción para elaborar un canto general por los que intentaron ganarse la vida a base de sacrificar sus orígenes, y por los que habiendo sacrificado sus orígenes no pudieron conseguirlo. Especial protagonismo tiene en el relato la figura de la madre del narrador (contrafigura del autor), reflejo de la realidad de aquellos que, en la dura posguerra española, se trasladaron desde lejos a la capital catalana intentando buscarse una vida mejor, en una época en que el precio del jornal era la fuerza del trabajo.