Dejarse llevar y, aun así, sobrevivir. Un día eres medianamente consciente de que estás vivo y te vas enterando de qué pasa a tu alrededor: estos son tus padres, vives en un sitio con nombre y, más o menos, te toca hacer una cosa u otra. No sabes bien el porqué de todo sólo que, simplemente, es así.
Es más complicado si tu padre te odia desde el primer día, tu madre está ausente y gritar no es ni siquiera una opción. Es más difícil cuando la violencia, el amor, la venganza, la envidia y las malas decisiones. Todas aquello que eliges tú, todo aquello que deciden los demás, lo inevitable que te lleva a esos lugares y momentos que no entiendes, pero de los que formas parte. Entonces, la supervivencia está en los detalles, en la observación, en mantener la distancia, en saber esperar y dejarse llevar cuando pase la siguiente ola que, inevitablemente, te arrastrará y llevará hasta otro momento.
Crónicas contra la ingravidez se construye con esa realidad absurda de la que somos inocentes cómplices, de la posibilidad de lo irreal y lo imposible de la casualidad que siempre, siempre, captura a alguien. Historias crudas, venganzas sangrientas, sexo concentrado y una inercia enfermiza, predeterminada, contra la que se lucha, pero a la que nunca se controla del todo.