Ella llegó y me enseñó que «escribir» se escribe con e, con ese, con ce, con erre, con i, con be, con i y con erre; pero también con eme. Con una eme enorme. «Escribir» se escribe con eme de Musa. Y puede que suene a locura, pero a «locura» con uve de Vivir.
Porque ella me mostró que de una vocación nace un estilo de vida, que una onomatopeya puede convertirse en motor y que hay pausas que se quedan en eso: en pausas; unas que son precedentes de algo maravilloso.
Ella llegó y lo cambió todo. Y yo vengo a recordar cómo sucedió; quiénes nos acompañaron; qué badenes y qué resaltos atravesamos y lo mucho que sentimos durante el proceso. Un proceso que, con certeza, continuará toda una vida. Hoy abro las puertas, y ya me llega el olor a hierba mojada. A cartas. A la historia de Valentina que, con dulzura, se ha colado también entre estas hojas.
Abro las puertas y ella las atraviesa.
Pero… ¿quién es ella?