Por cada mil necios nace un genio. Esa es la mala noticia. La buena es que la resonancia de la voz del genio no logran callarla ni un millón de necios.
Aunque, qué duda cabe, casi nunca logra ser escuchada. Esto también suele suceder con los escritores que rompen esquemas. Como fue el caso de John Kennedy Toole, que nunca pudo saborear las mieles del éxito de La conjura de los necios.
Pero como sucede con los roqueros, los genios nunca mueren y tarde o temprano su obra logra derrotar a los necios para ocupar el lugar que se merece.
Como su personaje, Ignatius Reilly, uno de los iconos de la literatura del s. XX.