Al norte de la península ibérica, un viejo roble se levanta en la cima de una colina olvidada por los lugareños. Nadie repara demasiado en él, hasta que son levantadas en sus inmediaciones dos masías que darán cobijo a dos estirpes de hombres: los Taià y los Erola. Desde su colina, el viejo roble contempla a estas familias, y será testigo privilegiado de sus disputas, amoríos y desencuentros.
Una semilla se zarandeaba en el interior de la bolsa de un peregrino.
Así empieza nuestra historia, y lo que pueda parecer de entrada un retrato costumbrista de dos familias enfrentadas, terminará conformando el resguardo de los secretos de unos niños que irán creciendo alrededor de un viejo roble.
Y termina el primer párrafo:
—Ya está Señor, he cumplido con mi deber —se dijo el peregrino, y luego recitó en un murmullo sombrío—: Mai devu wedivi blanu.
Porque «Cuando el roble escucha» es un cuento que nos adentra en un mundo de antiguas tradiciones y magia, donde la realidad y el ensueño se mezclan para configurar un relato sobrenatural muy humano.