Coso Abripio era pequeño, debilucho y feo, feo sin remedio. También era un cobarde, y los dos años que acababa de pasar en el ejército no le habían ayudado en nada a superarlo.
Ahora, el príncipe pretendía que le acompañara en una nueva misión. "Diplomática", le había dicho. Porque, como todo el mundo sabe, no hay nada más diplomático que invadir el reino vecino para averiguar cómo tiene el pelo de ahí abajo su reina.