Coso Abripio era pequeño, debilucho y feo, feo sin remedio.
También era un hombre con esa misión. Por desgracia para él, eso suponía volver a Möho y, de paso, un considerable dolor en el trasero. No es que una cosa estuviera relacionada con la otra, por supuesto.
Sin embargo, esta vez Coso estaba decidido a no pifiarla estrepitosamente. Si la suerte le acompañaba, quizá hasta sobreviviría.