La abuela no es como las otras mujeres: no quiere joyas ni abrigos de piel. En lugar de eso, el abuelo le regala lirios de agua, o calas, que planta en el patio y crecen hasta convertirse en su mayor orgullo. Tanto, que una Semana Santa decide cortar unos pocos para ponerlos en la iglesia, a los pies del Cristo yacente. Sin embargo, algunas personas no están de acuerdo con esta decisión.