Coso Abripio era pequeño y esmirriado, y nadie parecía tomarlo demasiado en serio.
Exopto, por ejemplo, estaba convencido de que era tontísimo. Claro que Exopto no era nadie para criticar: de hecho, últimamente había cometido una serie de errores catastróficos.
Por ejemplo, debía admitir que lo de robar un uniforme militar no había sido buena idea; lo de acostarse con la prometida del herrero, seguramente tampoco. Al menos lo del oso no había sido culpa suya. Bueno, quizá algo sí.
Luego estaban esos extraños sueños, que no podían profetizar nada bueno. Exopto estaba convencido de que la princesa se encontraba en peligro y de que era el único capaz de salvarla... aunque para eso primero iba a tener que salvarse él.