Aviso de contenido sensible: suicidio, secuestro.
Ella aún era niña, muy niña, cuando su madre se giró y le dijo:
—¡Si te marchas algún día, Fuensanta, te juro por Dios que salto de la terraza!
La madre dormía boca abajo con los brazos extendidos, queriendo ocupar toda la cama para que pareciera más pequeña o más llena. No soportaba la radio ni la televisión y casi nunca se atrevió a coger un libro. Leer era como viajar. Le aterraba la imagen; la esencia de la palabra. Viajar. El movimiento. Le estremecía la simple idea y todo lo que diera esa sensación: los grifos abiertos, los pensamientos rápidos, la gente corriendo o el eco del pasillo. Por eso echó los cerrojos y atrancó las ventanas, y entonces Fuensanta dejó de ver las palomas y las farolas, y las palabras se quedaron quietas en la casa.
Cuando aparecieron las personas que decidieron por ella, y la llevaron al pueblo con el resto de la familia, Fuensanta se dio cuenta de que su madre había estado siempre equivocada. Hasta que llegó la tormenta y trajo la trinchera.
Hacía tiempo que tenía ganas de leer a Francisco García, por lo que ha sido una alegría saber que este relato está disponible gratuitamente en lektu para cualquiera que quiera leerlo, tan solo a cambi... Más