A Bartolo le quedan pocos trabajos que desempeñar en esta vida y, de entre todos ellos, decide emplearse como empresario teatral. Así, explotado por rústicos posaderos, coaccionado por alcaldes bribones, zaherido por cómicos de última fila y, en definitiva, sumido en la mayor de las mediocridades, acaba inmerso en la desventura y convertido, en última instancia, en mártir de su propia empresa.