Este relato consiste en la confesión de un hombre que asegura haber llevado a cabo el crimen más perfecto de la historia. Hasta tal punto lo considera así, que equipara sus emociones con el estado de ánimo del artista que ha llevado a feliz término su obra. Así, sin dejarse llevar por bajas pasiones como el odio, la venganza o la codicia, explica que su único móvil fue el mismo que el del pintor que, arrastrado por una fuerza superior, ejecuta la fuerza misma de su concepción. Vanidoso y con un fuerte sentimiento de superioridad hacia los grandes criminales de la historia, cuenta cómo se decidió a eclipsarlos bajo la premisa artística de la difícil facilidad y cómo acabó entregándose al juez de primera instancia con el fin de aparecer en todos los periódicos. No obstante, su solo testimonio no será suficiente para establecer una causa en su contra, ejecutor de un crimen realizado con tanta habilidad que ni a él mismo le es dado probarlo.