Nadie más violento y malvado que Juanillón, carne de presidio que, aun habiéndose salvado del garrote por un indulto, tiene escrito que ese ha de ser su final. Este vil hombre tiene un hijo, marcado ya desde su nacimiento para ir a presidio, tan feo, enclenque y malo de condición que nunca ha conseguido que nadie le bese, que nadie le asista o sienta lástima por él, que nadie le dé limosna o se compadezca de su mala fortuna. Ni siquiera su padre, al que visita en el presidio, ha tenido nunca un gesto de amor hacia él. Sin embargo, un día, en una de sus visitas, el pequeño tropieza, cae y se lastima. El Jefe de la prisión, al verlo, se acerca a asistirlo y procura calmarlo con un beso. El primer beso que un humano le brinda. Juanillón lo ve todo. Juanillón nunca olvida.