Valsombreda es un pueblo árido e inhóspito donde el único lugar que rompe la monótona hostilidad de su muerta naturaleza es el cementerio. Allí se encuentra el narrador de esta historia con el sepulturero, por todos considerado como un loco. Este le confiesa que es poeta y que tiene la seguridad de que su fama eclipsará algún día la de los grandes escritores. Movido por la curiosidad, el visitante accede a escucharlos y descubre así unas rimas grandiosas, por lo que no duda en pedirle al sepulturero su cuaderno para darlo a la imprenta. Sin embargo, este afirma que todavía no es tiempo y lo emplaza para algún momento futuro. Más de una década después, ambos se encuentran de nuevo en el hospital provincial de Burgos y el manuscrito cambia por fin de manos.