En este relato se conoce al duque de la Chiripa, hombre de refinado egoísmo, desvergonzada ignorancia y espíritu rendido al vicio. Siempre ajeno a las empresas caritativas que buscan el bien común de su pueblo, invocando principios morales para escurrir el bulto, acaba recogiendo honores y consideraciones que todos merecen menos él, cuyo único mérito es oponerse a todo pensamiento racional y generoso de sus convecinos. La moraleja de su historia radica en el título que le da comienzo: no debe confundirse el fondo con la superficie de las cosas.