Una vez más, Escamilla hace gala de su humor llevando las situaciones cotidianas a su nivel más ridículo. En esta ocasión, todo comienza con el encuentro entre doña Juana y su sobrino, a quien da la agradable noticia de que un gato blanco ha aparecido en casa. De forma tan sencilla se ven involucrados en una disputa acerca de las supersticiones que envuelven a los gatos, ya sean estos blancos o negros. Si bien la discusión queda inconclusa, pocos días más tarde es retomada, pues, con motivo del santo de la tía, se celebra en su casa una fiesta con numerosos invitados. Durante el convite, el gato blanco, hermoso y gordo como los de los conventos, se muestra tal y como lo podría hacer un gato de cualquier otro color, vigilando sin descanso la puerta de la despensa. Las diez de la noche, sin embargo, resulta ser una hora fatal, pues una serie de desgracias encadenadas da comienzo.