En un vagón de segunda clase del tren-correo del Norte se encuentra el narrador de esta historia con otras siete personas. El primero de ellos es un inglés de continente glacial e inmovilidad absoluta. Cerca de él viaja un matrimonio acomodado de Valladolid que había ido a Madrid con motivo de la fiesta de San Isidro. Frente a ellos se rebulle un empleado de seis mil reales, recién salido de una cesantía. La sexta persona es una mujer de unos treinta años que no cesa de llorar desde su entrada en el coche debido a la pena que siente al separarse de su marido. La séptima persona es un señor, bajo y rechoncho, muy hablador, cuya vida parece no tener más objeto que fumar y comer. Es precisamente él quien después se conocerá como el hombre-catástrofe, pues como él mismo cuenta repasando sus heridas ferroviarias, siempre ha viajado mucho y siempre con la mayor desgracia. Desde ese instante, lo esencial para el grupo era separarse de este hombre que lleva en sí todas las catástrofes posibles.