Este relato parte de la premisa de que, si bien nos cuesta trabajo creer que la desdicha puede personificarse en un objeto risueño y simpático, sí lo puede hacer y ha hecho en un tiesto de claveles. Desde el mismo momento en que el narrador decide comprarlo para halagar a su tía en el día de su santo, las desgracias comienzan a tener lugar; si bien ninguna llega a resultar del todo fatal. En esta dinámica se llega al día del Corpus, día de gran celebración y ajetreo en casa de su tía, donde el tiesto de claveles se mantiene en su sitio a pesar del balcón abarrotado de gente. La disputa de dos niños por arrancar un clavel y lanzarlo a la calle sobre la procesión hace que este caiga, dando origen a una sucesión de pequeñas catástrofes que revolucionan la casa por completo.