Al castillo de una comarca llega un señor feudal desconocido que pronto genera todas las antipatías entre sus siervos. Viejo hasta el punto de ir doblado por el peso de los años, no cambia una palabra con nadie. Su aspecto decrépito y solitario contrasta, sin embargo, con una feliz algazara que inunda el castillo, de cuando en cuando, pero siempre a la hora de medianoche, coincidiendo con la desaparición de los más jóvenes y robustos muchachos de las aldeas circundantes. Aunque se sospecha que dicho señor los emplea en ciertas orgías nocturnas, el temor mantiene atenazadas a las familias y al resto de los hombres. Tendrán que ser las jóvenes, viéndose condenadas a la soltería y su estado honesto, las que decidan tomar medidas para solucionarlo.