Corre un año incierto del siglo XVII cuando un pintor que se dirige a Palencia decide hacer noche en una posada de Sahagún. Prontamente es llamado por el marqués de San Lorenzo para hacerle un encargo, consistente en la elaboración de un cuadro de San Pablo. Para ello cuenta con el plazo de una semana, pues la obra debería estar lista para el día de su festividad, el 29 de junio. El pintor acepta el trato y todo va bien hasta que se da cuenta, a falta de dos días para la entrega, de que ha dejado para el final el dibujo de la cabeza. Esta toma de conciencia se traduce rápidamente en un bloqueo artístico. En busca de inspiración y relajación decide ir a tomar el aire y, apoyado en una roca, se queda dormido. Al despertar, va raudo al granero para concluir la obra. Sin embargo, comprueba despavorido que alguien o algo ya lo ha hecho por él.