Es una fría noche de diciembre de 1808 en la ciudad de Cuenca. En la cocina de Diego de la Porcuna, canónigo magistral de la catedral, se encuentran varias personas calentándose al amor del fuego: Felipe Hinestrosa, boticario y ex alcalde; Inés Alegría, su joven esposa; Ramón Solorzano y Gutiérrez, individuo de la Junta Suprema de Gobierno; Isidora Peransurez, viuda sexagenaria que ejerce el cargo de ama de llaves del Magistral; y el padre Anselmo, fraile capuchino. A este grupo, que diserta sobre la invasión francesa, se une después el médico Olivares. Desde ese momento se encienden los celos del boticario y la rabia campa a sus anchas por su fuero interno. Estos sentimientos se van alimentando a sí mismos durante la velada, sin parar de crecer en ningún momento. Ya seguro del adulterio, al boticario no le tiembla el pulso cuando en la madrugada llega el médico en busca de una caja de píldoras de morfina para aliviar el dolor de un enfermo terminal.