La historia de la condesita Ernestina de Bley sirve a la baronesa de Wilson para ilustrar que no existe escuela más instructiva que la desgracia y que las revoluciones, si bien amenazan con desquiciar el orden racional establecido con el ímpetu de las rencorosas pasiones, en ocasiones los sentimientos y las ideas de los que caen perduran en tanto que imperan en sus corazones. Este es el caso de esta joven aristócrata de la Francia revolucionaria que, en el marco de unas circunstancias sumamente adversas, obligada a dejar todo el lujo material y emigrar a Inglaterra sin nada, madura de tal modo que consigue dejar atrás su vanidad, dando paso a la más pura virtud y a la grandeza del amor filial.