Basilio apenas tiene recuerdos de su infancia. Ya desde niño, siendo huérfano, hubo de lanzarse a la aventura, emprendiendo por la fuerza el azaroso caminar de los vagamundos. Así, un día come y otro ayuna; un día duerme bajo el techo brindado por algún alma caritativa y el siguiente se ve obligado a salir corriendo para evitar los golpes. En definitiva, viviendo entre la humanidad, pero proscrito de ella. Esto le hace sentir congoja, duda de si un día podrá llegar a ser dichoso. Mas ese día llega en las formas de una guitarra y una compañera igualmente desgraciada en la fortuna, mas también joven y alegre. Ambos, aleccionados por la experiencia a sus quince años, vagan por los campos antes que por las ciudades, amando la riqueza de la naturaleza, desechando lo artificial y lo falso con que se disfrazan los poderosos.