Ahora los Tres Pueblos de los Eldar estaban reunidos por fin en Valinor, y Melkor había sido encadenado. Era éste el Mediodía del Reino Bendecido, en la plenitud de su gloria y bienaventuranza, larga en cómputo de años, pero demasiado breve en el recuerdo. En esos días los Eldar alcanzaron la plena madurez de cuerpo y mente, y los Noldor continuaron progresando en habilidades y conocimientos; y pasaban los largos años entretenidos en gozosos trabajos de los que nacieron muchas cosas nuevas, hermosas y maravillosas. Ocurrió en ese entonces que los Noldor concibieron por vez primera las letras, y el maestro Rúmil de Tirion fue el primero en idear unos signos adecuados para el registro del discurso y las canciones; algunos para ser grabados en metal o en piedra, otros para ser dibujados con pluma o pincel.
En ese tiempo nació en Eldamar, en la morada del Rey de Tirion, en la cima de Tuna, el mayor de los hijos de Finwë, y el más amado. Curufinwë fue su nombre, pero su madre lo llamó Fëanor, Espíritu de Fuego; y así se lo recuerda en todos los cuentos de los Noldor.
Míriel fue el nombre de su madre, a quien llamaban Serindë, por su suprema habilidad en el tejido y el bordado; pues no había manos más diestras que las de ella entre todos los Noldor. El amor entre Finwë y Míriel era grande y dichoso, porque empezó en el Reino Bendecido en los Días de Bienaventuranza. Pero el alumbramiento del hijo consumió el espíritu Y el cuerpo de Míriel; que deseó entonces librarse de los cuidados de la vida. Y después de darle nombre, le dijo a Finwë: —Nunca volveré a concebir un hijo; porque la fuerza que habría nutrido a muchos se ha agotado toda en Fëanor.
Se apenó entonces Finwë, porque los Noldor estaban en la juventud de sus días y él deseaba traer muchos hijos a la beatitud de Aman; y dijo: —Sin duda hay cura en Aman. Aquí toda fatiga encuentra reposo—. Pero como Míriel continuaba languideciendo, Finwë buscó el consejo de Manwë, y Manwë la entregó a los cuidados de Irmo, en Lorien. Cuando se despidieron (por corto tiempo, creyó él), Finwë estaba triste, porque le parecía una desdicha que la madre tuviera que partir y no acompañara a su hijo al menos en los primeros días de infancia.
—Es por cierto una desdicha —dijo Míriel—, y lloraría si no estuviera tan cansada. Pero considérame inocente en esto y en todo lo que pueda acaecer en adelante.
Fue entonces a los jardines de Lorien y se tendió a dormir; pero aunque parecía dormida, en verdad el espíritu se le separó del cuerpo, y se trasladó en silencio a las estancias de Mandos. Las doncellas de Esté cuidaron del cuerpo de Míriel, que permaneció incorrupto; pero ella ya no volvió. Entonces Finwë vivió atormentado; y fue a menudo a los jardines de Lorien, y sentado bajo los sauces de plata junto al cuerpo de Míriel, la llamaba por todos los nombres que ella tenía, pero siempre en vano; y en todo el Reino Bendecido sólo Finwë no tenía alegría alguna. Al cabo de un tiempo, ya no volvió a Lorien.
VOZ: MARÍA LARRALDE