EL SILMARILLION: CAPÍTULO 9 DE LA HUIDA DE LOS NOLDOR
VOZ: MARÍA LARRALDE
Al cabo de un tiempo una gran concurrencia se reunió en el Anillo del Juicio; y los Valar se sentaron en la sombra, porque era de noche. Pero las estrellas de Varda brillaban en lo alto y el aire estaba claro; pues los vientos de Manwë habían barrido los vapores de muerte y habían devuelto las sombras al mar. Entonces Yavanna se incorporó y se irguió sobre Ezellohar, el Montículo Verde, pero estaba desnudo ahora, y negro; y puso las manos sobre los árboles, pero éstos estaban muertos y oscuros, y cada rama que tocaba se quebraba y caía marchita a sus pies. Entonces muchas voces se alzaron en lamentaciones; y les pareció a los que se apesadumbraban que habían bebido hasta las heces la copa de dolor que Melkor había escanciado para ellos. Pero no era así.
Yavanna habló ante los Valar, diciendo: —La Luz de los Árboles se ha ido, y ahora vive sólo en los Silmarils de Fëanor. ¡Previsor ha sido! Aun para los más poderosos bajo la égida de Ilúvatar hay una obra que sólo pueden llevar a cabo una única vez. Di ser a la Luz de los Árboles, y en los confines de Eä nunca más podré hacerlo. Sin embargo, si yo dispusiese de un poco de esa luz, podría devolver la vida a los Árboles antes de que las raíces se corrompieran; y entonces nuestras heridas tendrían remedio, y la malicia de Melkor quedaría confundida.
Entonces intervino Manwë y dijo: —¿Oyes, Fëanor hijo de Finwë, las palabras de Yavanna? ¿Concederás lo que pide?
Hubo un largo silencio, pero Fëanor no respondió. Tulkas gritó entonces: — ¡Di, oh, Noldo, sí o no! Pero ¿quién ha de negarse a Yavanna? Y ¿no vino de su obra en un principio la luz de los Silmarils?
Pero Aulë el Hacedor dijo: —¡No tengas prisa! Pedimos algo más grande que nada que tú conozcas. Concédele paz por un instante.
Pero Fëanor habló entonces y gritó amargamente: —Para los pequeños, como para los mayores, hay siempre algo que sólo pueden hacer una vez; y luego el corazón ha de reposar. Puede que sea posible abrir mis joyas, pero nunca otra vez haré otras parecidas; y si he de romperlas, se me romperá el corazón y moriré; el primero de entre todos los El—dar en Aman.
—No el primero —dijo Mandos, pero nadie entendió estas palabras; y una vez más hubo silencio mientras Fëanor meditaba en la oscuridad. Le parecía estar engarzado en un anillo de enemigos, y le volvieron a Ya memoria las palabras de Melkor: los Silmarils no estarían seguros en manos de los Valar. "¿Y no es él Vala como ellos?" le decía el corazón. "¿Y no entiende acaso lo que ellos sienten? ¡Sí, es un ladrón el que delata a los ladrones!" Entonces vociferó: —No lo haré de propia voluntad. Pero si los Valar me obligan, sabré entonces con seguridad que Melkor es como ellos.
Entonces Mandos dijo: —Has hablado—. Y Nienna se puso en pie y fue a Ezellohar, y echó atrás la capucha gris y lavó con lágrimas las inmundicias de Úngoliant; y cantó doliéndose de la amargura del mundo y la Injuria de Arda.
Pero mientras Nienna aún se lamentaba, llegaron mensajeros de Fórmenos, y eran gente de los Noldor que traían nuevas de infortunio. Porque contaron cómo una ciega Oscuridad había avanzado hacia el norte, y en medio de ella se movía cierto poder para el que no había nombre, y la Oscuridad salía de él mismo. Pero Melkor también estaba allí, y fue a la casa de Fëanor, y mató a Finwë, Rey de los Noldor, delante de las puertas, y derramó la primera sangre en el Reino Bendecido; porque sólo Finwë no había huido del horror de lo Oscuro. Y contaron que Melkor había quebrantado la fortaleza de Fórmenos y se había apoderado de todas las joyas de los Noldor que allí estaban guardadas; y los Silmarils habían desaparecido...
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