Era una planicie sin fin, con mesetas montañosas a ambos lados. No veían el suelo, en realidad, sino una densa niebla que parecía pegada a él, formada por nubes bajas atrapadas entre aquellas mesetas. En cuanto bajaron hasta el terreno, comprobaron que parecían haber pasado de un mundo a otro en el que no brillaba el Sol y la visibilidad alcanzaba unas pocas decenas de metros. El terreno era yermo. El ambiente se respiraba salobre. Ya no veían montañas de desechos, pero tampoco podían asegurar que no las hubiera.