Echo de menos el desorden de libros y los papeles desperdigados.
Echo de menos la toalla llena de carmín y el baño lleno de esmalte de uñas.
Echo de menos la ropa por el suelo y las pulseras enredadas en la mesilla.
Echo de menos no poder beber agua fría porque nunca la metías en la nevera.
Echo de menos la taza del desayuno sin fregar y la lavadora sin colgar.
Echo de menos levantarme a apagar las luces que habías olvidado encendidas.
Echo de menos mis discos en carátulas que no les corresponden; los juegos en modo pausa eterno y los mandos sin batería.
Echo de menos el desorden en todas las cosas. Tus cosas. Tú desorden.
¿Estoy loco? Algunos pensarán que estoy loco. Que cómo puedo echar de menos cosas que antes ni soportaba. No soy más que un loco cualquiera. Un loco que quiere enfadarse, que lo saquen de quicio, suspirar desesperado y no poder evitar sonreír haciendo cualquiera de esas cosas.
Tú eras la que me sacaba de quicio. Tu caos; tu desorden. Tu vida; nuestra vida. Tu decisión de elegirme a mi entre tantos.
Y después de tanto, echo de menos sólo una cosa. Te echo de menos a ti.