Del Río tiene una habilidad especial para narrar como si estuvieras dentro de una sala de cine de barrio asistiendo a una película de kárate.
El prólogo de esta historia lo define a la perfección. Del Río capta la esencia y, lo más difícil de todo, sabe narrar de tal modo que consigue que te olvides que estás leyendo y te sumerge en un imaginario patio de butacas que hace cuatro décadas que no pisas.