REGRESO A LA COSTA NEGRA
Antes de comentar este relato lo he leído dos veces. La primera vez me pareció que llegaba a tal nivel que no podía estar seguro de que no fuese cosa de mi humor. Por supuesto, en una relectura ya no...
Antes de comentar este relato lo he leído dos veces. La primera vez me pareció que llegaba a tal nivel que no podía estar seguro de que no fuese cosa de mi humor. Por supuesto, en una relectura ya no están tan altos los niveles de emoción, pero la historia sigue siendo un magnífico ejemplo de literatura pulp, de espada y brujería y, sí, de narrativa hiboria.
Sin entrar en demasiados detalles, este relato revisita el clásico de R. E. Howard "La reina de la Costa Negra", cambiando las suficientes cosas como para que las vivencias de Collwen no sean las de Conan. Y, con todo, haciendo tan reconocible el esquema que casi me atrevo a sugerir como obligada para disfrutar plenamente este relato la lectura de su precursor howardiano.
Pero "La corona de las Islas Preternaturales" no es "La reina de la Costa Negra": es una evolución con el bagaje que dan los años transcurridos desde que vio la luz el clásico, bebiendo de todas las versiones, variaciones y adaptaciones que del mismo se han hecho. Por eso, pese a utilizar la misma base argumental, del resto sólo toma la relación entre las protagonistas, menos idealizada en este caso, quizás más madura y adaptada a sus circunstancias. Incluso, dado su carácter, Collwen resulta ser más Bêlit y Salma se acerca más al Conan del relato original.
Pero lo importante aquí no es la trama de la corona y la isla que dan título al relato —suficientemente original en su desarrollo, aunque manteniéndose dentro de los cánones de los relatos de piratas, tesoros, aventureros e islas malditas—; lo importante es la emoción, los sentimientos que nos golpean según avanza la historia y comprendemos que estamos empatizando con esos personajes y llegamos a sentir como propias las tragedias que los golpean. Algo que apenas se deja entrever en el relato de Howard y que fue magnificado en posteriores adaptaciones —ese final de saga inmejorable que nos dejaron Roy Thomas y John Buscema, cuando Conan aún no era el cliché, el chiste en que lo han convertido—, y que aquí juega un papel fundamental.
Tal vez sea porque era un crío cuando descubrí la era hiboria con la historia que da pie a este relato, pero me parece un más que digno colofón a la primera tanda de aventuras de Collwen de Cimmeria.
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