Desperté a la oscuridad y los lamentos de los que mueren lentamente.
Abrí los ojos y me encontré en un lugar desconocido, oscuro y húmedo, que parecía latir a mi alrededor. Me alcé con dificultad y descubrí que tenía el cuerpo agarrotado. El aire aún caliente emergía de mi interior como un vaho denso, rasgaba las paredes de mi laringe como si las hiciera hervir, como una bocanada de vapor ardiente. Fue cuando traté de serenarme que tomé consciencia de lo alterado que me hallaba en realidad, de cómo temblaban mis manos y mis rodillas y de la flaqueza que me invadía poco a poco. No podía permitírmelo. Si bien sentía de algún modo que me encontraba en un escenario digno de mis más terribles pesadillas, mi mente, entrenada para la ciencia, me empujaba a analizar la situación, a tratar de comprender qué había sucedido y cómo podía salir de allí.