En 2030, el mundo se divide en dos bloques aparentemente antagónicos: el oriental, superpoblado y con altos niveles de contaminación como consecuencia de una pujante industrialización, y el occidental, envejecido, despoblado y cuya religión de Estado es la ecología dogmática. Ambos comparten la característica de ser igualmente tiránicos: los derechos de los ciudadanos han sido abolidos, preexiste una fuerte organización social y la propiedad privada es un mito. Es en este contexto que se impone la «sectorización» de las ciudades europeas.