El mundo de Alice se ha desmoronado: han asesinado a sus padres de forma violenta e irracional, y aunque ella logra sobrevivir al ataque, acaba matando al intruso durante el forcejeo.
Cuando recobra el conocimiento en el hospital lo hace esposada a la camilla. Ahora será condenada por la muerte del asesino y tendrá que cumplir la sentencia en la casa familiar donde todo ocurrió.
Alice es matemática, los números y su familia lo eran todo. La tristeza se ha agarrado a ella, y la enfermedad que padece es su única compañera en este horrible viaje... al menos hasta que un nuevo agente es asignado a su caso.
Con cariño, mucho sentido del humor y tenacidad, Alice irá adaptándose a su nueva vida, logrando que sea menos dolorosa la pérdida, solo tiene que dejar pasar el tiempo y cumplir con su condena... o eso cree.
La justicia no siempre va de la mano con la verdad.
Alice lo sabe. Y está decidida a cambiar eso.
«El problema no son los metros cuadrados, sino lo que habita en ellos. Y la casa está llena de esta presencia dolorosa y espesa, como un perfume dulzón que se te pega a la nariz evocando un recuerdo lejano y desagradable. Hay demasiadas risas insonoras aquí dentro. Demasiado de quienes no volverán.»