Desde lo alto de la colina dominaban toda la extensión del valle, con su ciudad ancestral.
El sol se había retirado. Distantes truenos recorrían la cúpula; resplandores eléctricos iluminaban el rojo creciente desde dentro.
Un inmenso torbellino de negrura horadaba el cielo. Desde sus entrañas, una horda de bestias aladas, conformando una plaga negra, se precipitó sobre el mundo de los inocentes.
La puerta del infierno estaba abierta.