Hoy en día la escritura tiene otros soportes. La pluma, que recuerda a la varilla aguzada de Mesopotamia, corre el riesgo de convertirse en un instrumento arqueológico. Los calígrafos sobreviven como un apéndice de una nueva disciplina, que curiosamente siempre fue suya, el diseño gráfico. Vistiendo a las letras con el ropaje cambiante de esta época, en un mundo en que el grafismo y la marca empresarial se han convertido en el referente del mercado, en un nuevo código de interpretación orientado al consumo masivo.
Pero, de vez en cuando, la caligrafía enlaza con su origen. Restablece la emoción que ocasiona la cercanía entre el objeto y el concepto. Eleva a la dimensión espacial la temporalidad de un pensamiento. Nos abre las puertas de las palabras y nos muestra sus estancias y jardines, también sus sombras y recovecos.
Lázaro Enríquez, uno de los contados y secretos maestros de este arte, nos da su visión de algunos poemas de Ángel González. Palabra sobre trazo, trazo sobre palabra.