La novela titulada Residencia de Quemados de la que es autor Alfredo Hernández García es un relato de gran originalidad y de gran complejidad, tanto en su historia como en los recursos que dan forma a su discurso.
La originalidad de la novela empieza a percibirse en la disposición del texto, que está formado por dos historias que van alternando dentro de los capítulos: la primera es la historia de Clara, una protagonista "de ojos verdes por toda descripción, para que el lector dibuje el resto con su imaginación", rodeada de una corte de personajes secundarios con los que se relaciona a puro grito, y la segunda, es la historia de la princesa Ruta, distante en el tiempo y distanciada en su propia altura que le permite una percepción del mundo y de los valores propia de los independientes.
La historia de Clara, una terapeuta que acaba limitando su clientela a ella misma, está contada por un narrador omnisciente y omnipresente que se manifiesta a veces en la modestia de un nosotros; intenta hacer partícipe de su actitud irónica y de su visión de los hombres y de las cosas a un lector al que supone un tanto despistado sobre lo que se va contando. La voz y la mirada de ese narrador desenvuelve sus sorpresas ante el lector por medio de una ironía radical ante un mundo humano reglamentado, normatizado y sistematizado, ordenado en apariencia, pero cruel, inexorable y rechazable siempre para la protagonista; el narrador se eleva de las cosas con una filosofía —o al menos con una actitud reflexiva sobre todo lo que propone— que deja al lector casi sin aliento, al hacerlo caminar sobre la anécdota en una distancia determinada, la que se le permite, sin veleidades de aproximaciones o compasiones.
Al final de la obra, el narrador dirá que el relato total exige objetividad y efectivamente, en esta novela la distancia implica una objetividad determinada y la impone de inmediato a un lector ingenuo.
La historia de la princesa Ruta la cuenta ella misma, en primera persona, y esto que pudiera indicar, que generalmente indica, un enfoque más próximo, aquí se eleva sobre las contingencias de la anécdota y alcanza una esfera superior de belleza indiscutible y de inventiva continuada, que cautivan al lector. [...]
(Carmen Bobes)