«La relación entre literatura y comida es tan antigua como la literatura misma. La escritora española Lena Yau, en su libro El sabor de la eñe (2012), hace un repaso de esa relación e incluye cincuenta y nueve fragmentos de textos sobre comida en la literatura española y latinoamericana, además de las respectivas recetas y un glosario de términos gourmet. Sin embargo, el hecho de que un escritor haga referencia a un platillo o incluya una receta no hace que la novela, el cuento o el poema pertenezcan a ese subgénero literario que denominaré gastroliteratura. Para que un texto pertenezca a este subgénero, la comida debe impactar, de alguna manera, la sicología de los personajes o la significación del texto en un amplio sentido.
Gastrocuento de Daniela Cruz Gil es una colección de diez cuentemas que tienen como hilo conductor temático y discursivo la gastronomía. Si como dijera Borges “Cada escritor crea sus propios precursores”, Cruz Gil modifica la gastro-novela Como agua para chocolate de Laura Esquivel, Anadel: la novela de la gastrosofía de Julio Vega Batlle, y Gastropoesía del amor de Fernando Valerio-Holguín.
A horcajadas está también en los cuentemas de Daniela el género sexual. A diferencia de otras escritoras, estos cuentemas están narrados en masculino. Y para decepción de las feministas, son masculinos casi todos los personajes. Los narradores en segunda o tercera persona están restringidos, es decir, se atienen a lo que el personaje ve o sabe de su mundo. Pero un aspecto novedoso que intuyo es que dichos narradores restringidos tienen a una autora observando por encima de sus hombros. En definitiva —sospecho— son narraciones travestidas. (Habría que distinguir entre la escritora (Daniela Cruz), la autora (la instancia que gobierna las narraciones) y la narradora (quien cuenta una historia en el texto).
En los gastrocuentemas de Daniela Cruz Gil, la comida, placentera o no, posee esa cualidad perturbadora que abre puertas al misterio, a lo inefable, a lo que se resiste a ser nombrado, en definitiva, al goce de lo numinoso.»
Fernando Valerio-Holguín