–Estoy jodida –susurró para sí misma.
–Yo no te veo tan mal.
Astrid se quedó petrificada. La voz había sido completamente nítida, con un tono muy particular. Miró sin moverse a todos los rincones sin ver absolutamente a nadie. Se dio la vuelta lentamente para observar el lado opuesto.
–Procura no asustarte, pero me encontrarás por encima de tu cabeza –volvió a hablar la voz.
Astrid notó como el corazón se le aceleró y lentamente levantó la mirada hacia arriba. Unos ojos celestes con una pupila reptiliana la miraban desde los barrotes superiores de la jaula. La chica dio un paso hacia atrás observando como brillaban las escamas azul oscuro que recubrían la piel del animal de menos de un metro que colgaba de los barrotes superiores de la celda.
–¡¡Er… eres un…dragón!! –exclamó la ladrona con la voz temblorosa.
–De la primera a la última escama.