En una distancia tan corta que debería ser ilegal en tiempos de pandemia, el metauniverso del maestro de la ficción breve Sergi G. Oset está plagado de mundos demasiado ricos para ser contenidos en una sola página y que se te quedan aferrados al subconsciente durante mucho más tiempo del que tardarás en leerlos. Por su trituradora cultural desfilan ciudades vacacionales donde el Horror Cósmico cohabita con la gentrificación turística, ciclones que saben a infusión de té, vampiros calderonianos, alienígenas con una bola de cañón por cabeza, kaijus masturbatorios, muñecos de nieve animados, plasticoides marinos con apéndices tentaculares, libros cerdos y revistas de literatura barata, bebés rata, sirénidos suicidas, enemas egipcios, yonquis de droga-especia, ajusticiados de jabón Lagarto, licores amargos con la mala hostia de un cantante de heavy metal, mendicantes de Midian, poetas bajo el influjo de Hastur, lapiceros que llevan a Omega Centauri, diosas tortuga, estatuas enfermas de sífilis, limacos nazis, ciclistas vampiros, planetas de clase porno, saurios lascivos, pasteles de uñas, seres diminutos hambrientos, niños gusano.
Todos ellos, salvajes, sucios, bellos, horripilantes, desgraciados, incomprendidos. Todos ellos, cuentos heridos.